Distante, muy distante. El paisaje desértico, eterno y limpio de la Guajira encierra un secreto milenario, una palabra hechizante se extiende desde Colombia a Venezuela, es acariciada por las olas y devuelta por la inmensidad: ¡Wayúu! gritan voces curtidas de pescadores tranquilos y atrapados en el paisaje, que extienden sin prisa su atarraya para conquistar la necesidad y sin mucho apuro desandan los pasos hasta su ranchería.
Los días son eternos, el silencio penetra cualquier resquicio y es probable que de esto sólo se cuenta quien llegue de fuera. Encerrados en sí mismos (de otra forma no hubiesen sobrevivido a la colonización y neo-colonización) realizan las labores básicas sintonizados con un reloj cadencioso, minutos susurrados para no interferir con el lenguaje de las olas.
Los ojos curtidos de las mujeres guardan los secretos de toda su historia, ya que son estas quienes cargan con el peso de la posteridad. Sus ropajes parecen velas multicolores que protegen al frágil ser que da la vida y la organiza; curtidas manos acarician las blancas arenas, hermanas de la brisa y el sol.
Caminé sin rumbo por una playa interminable, buscando un objetivo para mi cámara, me encontré con el infinito y este se dejó retratar, me encontré con el Wayúu y este se dejó retratar, me encontré conmigo mismo y no lo quise retratar, allá se quedó parte de mi ser, se quedó mi sombra compartiendo algo de infinito, algo de Wayúu.
i:saavedra
