CABALLITOS DE TOTORAS: EL LEGADO VIVIENTE
EL LEGADO VIVIENTE Texto
y Fotografías / Iván Saavedra (Revista Panorama)
Amanece
en Huanchaco (Perú) y al igual que antaño, los pescadores artesanales dan
espuela a sus célebres caballitos de totora y con el frío aun calando sus
huesos enfrentan al mar para realizar su faena, perpetuando de esta manera un
oficio milenario.
Si
las huellas sobre la arena no se fundieran con el pulso del mar y el respirar
hondo de la ventisca, podríamos ver las huellas ancestrales que recorrieron
estas playas: Los Moches, expertos
navegantes que surcaban los mares dos o tres milenios antes del nacimiento de
la era cristiana, habitaron lo que actualmente es Trujillo y todo el litoral
norte de Perú, desarrollando una sociedad altamente sofisticada (hay quienes se
atreven a decir que surfeaban por este hemisferio mientras en el antiguo, Jesús
hablaba en parábolas). Y para rematar una fama eterna, fueron ellos quienes
mezclando productos de básica y fácil adquisición crearon el mundialmente
famoso ceviche ¿Nada mal para una cultura ancestral no?
La extraña balsa que rompe las olas con su cuerno vegetal es llamada actualmente caballo de totora, seguramente por la forma en que los españoles a su llegada vieron a los indígenas montarlas; son balsas hechas con una planta de nombre totora o Scirpus californicus, y son construcciones que miden entre tres y cuatro metros de largo y de sesenta centímetros a un metro de ancho, pueden pesar más de cuarenta kilos y triplicar su peso en el agua. Esta ancestral embarcación marina, que data desde la época pre-inca, es uno de los símbolos de identidad de la costa norte del Perú. Según Lucio Ucañan (descendiente moche), el pescador que no pueda cargar su balsa no debería adentrarse al mar porque no sería capaz de controlarlo. Complementa la embarcación un remo, generalmente de guadua partida a lo largo. Los caballitos no suelen durar más de un mes por el tipo de material, lo cual condiciona a que se renueve cada cierto tiempo.
En
la actualidad estos caballitos de totoras siguen siendo utilizadas por los
lugareños para desempeñar las labores de
pesca. Todos las mañanas se observan
cotidianas escenas de faenas de los pescadores artesanales sobre sus pequeñas y
rusticas embarcaciones, en posición de rodillas o con las piernas hacia
delante, que luego de la jornada de pesca
regresan a la playa a vender su pescado fresco a los restaurantes que
luego convierten en suculentos cebiches, cumpliéndose así el ciclo milenario.
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